Bartola

Colinas de pañales cagados, montoncitos de jeringas quebradas, ripio, chanclas medio despegadas aparentando estar enteras; mangas de camisas de uniformes con varios zurcidos a la vista. Calzones rotos, aparentando que las polillas se los comieron, cuando en realidad se nota que fueron las mil y una veces que se los pusieron. Calcetines solitarios, ya sin esperanza de encontrar a su pareja. Cadáveres gatunos y perrunos, saludando con las tripas habitando al exterior; intestinos, estómago, y vísceras formando una sonrisa pestilente entre los escombros. Distinguidos embajadores de la podredumbre. Hordas de cucarachas habitando los empaques de Sipis y Gansitos. Perfectos agentes encubiertos, informantes de los movimientos intestinales del basurero. Torrecillas de humo circundando los alrededores del lugar; subiendo desde los rescoldos de la cenizas de las viejas llantas agonizantes. Una flotilla de zopes sobrevolando diligentemente el reino. Agentes del caos, fomentando el desorden en perfecta sincronía.

Parada justo en en el centro ella, largas y lampiñas piernas barnizadas con las hebras del sol de justicia que le dotaban con un perfecto tono al puro estilo caribeño. Torso esbelto adornado con un abdomen ligeramente protuberante, brillante perla negra que pendía de su ombligo. Senos protuberantes, llenos de vida, libres de ataduras, retozando al cotoneo de sus anchas caderas. Su larga cabellera negra contenida en un turbante que alguna vez fuera un pañal color blanco con ositos cafecitos tomando su pachita; ahora la tela era tan gris como el presagio de su porvenir.A su paso despertaba una oleada de murmullos y movimientos torpes. Mientras un séquito de moscas le abría paso entre los cortesanos. Risas burlonas enmascarando la envidia.Con mochila en hombros, solía atravesar frente el terreno baldío que servía como cancha de fut, al fondo el barranco. Apresuraba el paso, haciendo caso a las advertencias maternales que exigían que al nomás salir de estudiar, «ya nos querían en la casa». Lamentablemente en ese entonces no dominaba la capacidad de teletransportarme. Ahora tampoco, pero ya creo que se puede. Sin embargo, al divisar su figura a lo lejos, mi curiosidad felina me hacía ralentizar notablemente el paso, hasta volverme sigilosa. El tiempo se volvía viscoso, emulando las aguas negras chocolatosas que corrían en el río que pasaba al fondo del barranco, mismo de donde ella solía tomar agua para hacer sus guisos mágicos. La quería ver, o tal vez que ella me viera… Lo primero no me daba miedo, lo segundo sí. Si para los adultos su presencia era intimidante, para una niña de 13 años lo era aún más.El rumor más difundido del porqué de su estancia como la monarca del basurero, era que en su juventud había migrado de El Salvador y al no encontrar trabajo pronto, un hombre la llevó con engaños a La Barca, que junto a El Tikalito, eran los bares de la parada que dividía Ciudad Real I, de Ciudad Real II. Paulatinamente fue acostumbrándose a la esclavitud y alivinianando su comportamiento para evitar malos tratos. Hasta que se convirtió en la más solicitada. Pero, que al ser tan hermosa y la favorita por los clientes las demás compañeras sintieron envidia y conspiraron contra ella, haciéndole la vida imposible, hasta que un día domingo después de misa, decidieron volverla loca dándole a tomar leche de cocha…La Bartola se enjuagaba los muslos con esa agua tan negra, y para casi cualquiera que la viera una mueca de asco enmohecía el rostro, pero cuando yo le veía el semblante ella parecía disfrutarlo tanto como si el agua fuera del más puro manantial. En esos lucía tan presente, tan serena, tan propia. En contraste, a cuando pas{e uno de los pocos días que me fui de capiusa y ya era tarde, la vi sentada sobre un bote de pintura vacío, frente al fuego que había hecho en su rústico poyo. Tres trozos de ladrillos y unos palitos de ocote formaban el lecho de las llamas para cocina su comida. Estaba sentaba esperando a que su comida se cociera, el fuego le consumía las pupilas en un incendio de recuerdos, y viajaba en el tiempo y espacio. La Bartola me vio y sentí las chispas de las llamas en mis entrañas. Salí corriendo, pero hasta el día de hoy su imagen quedó marcada a fuego en mi memoria.

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