Ña, ñe, ñi, ño, ñu… Desde que me presentaron la «eñe» cuando era niña, me enamoré. Ahora de Doña la uso muchísimo más que antes. Cuando la escribo a mano dibujo contenta la virgulilla (la rayita que la hace sonar como eñe), aunque le pido disculpas a la «ñ» porque no me sale tan onduladita como a las máquinas, y termina pareciendo una ranita atropellada.
Empecé cambiando el «no» en mi charla cotidiana por «ño». Y ño me arrepiento. ¿A ustedes ño les pasa que hay una letra consonante o vocal que les hace más feliz cuando la pronuncian? Una letra que parece que jugara a las escondidas en sus bocas antes de decirla. A mi sí, cuando la digo siento burbujear la boca y que al abrir y decirla salen burbujas de colores de mí.
Por supuesto en comunicaciones formales ño la uso, pues porque «gente seria». Y de cuando en vez es pertinente apropiarse del personaje en la vida del día a día. Pero para todo lo demás la sonrisa viene como adorno después de decir «ñe», cuando estoy dudosa de algo. O «ñi» cuando es un ño que requiere más convicción, pero que todavía conserva su carácter melodramático. «Ñah» digo si ya me harta, tal o cual situación o persona. El «ñu» si está más distante conmigo. Pero a veces lo uso para decir un ño mucho más emberrinchado.
En fin, es domingo (no importa el día que lo leas) y quiero atención, allá ustedes si me la prestan. ¡Ña, ña, ña, ña ñaaa!